EL RECUERDO DE SI
Por: jeanne de salzmann
El recuerdo de sí es el momento en el que ya no soy un
objeto para mí mismo, cuando la conciencia ya no deja espacio para una
división.
Es el momento en que, al sentir la conciencia, siento que
soy la conciencia.
Siento «el ser».
El recuerdo sería el choque emocional generado por el momento
de contacto entre todas las energías que actúan en mí.
Esto produce una vibración creadora.
Apenas es emitida, ella va a estar sometida a
la ley del siete, de manera que el recuerdo no puede permanecer estático.
En mi estado habitual todo es vago y nebuloso.
Pensamientos, oleadas de emociones y de tensiones
lo atraviesan.
Pero esos pensamientos no vienen todos juntos.
Se levantan uno tras otro.
Es lo mismo para las emociones.
Cuando un pensamiento pasa, otro se levanta.
Pero entre los dos, hay un intervalo, un vacío, un paro
que es extremadamente importante.
Es el momento en que me doy cuenta de que hay una
realidad detrás de los pensamientos escondida por el movimiento de
ellos.
Puedo tomar conciencia de lo que está detrás de mis
movimientos.
Nada dura, lo que aparece debe desaparecer.
La desaparición es tan importante como la aparición.
Forma parte del mismo hecho.
Pero si puedo vivir las dos, aceptar las dos, estoy más allá de la
aparición y la desaparición.
Las contengo.
En ese momento mis centros entran en relación entre si; la
relación se hace por si sola.
La apertura a nuestro ser esencial, a los centros
superiores, pide un estado de unidad.
Pero, en nuestro estado habitual, nuestro centro de gravedad,
siempre volcado hacia el ego, es desplazado hacia la parte de arriba del
cuerpo, lo cual nos separa de nuestra verdadera forma.
El sufrimiento que resulta de la separación de nuestra
naturaleza esencial abre la posibilidad de una unión.
Cuando el sufrimiento es fuerte, obliga a una
apertura.
Hace falta una decisión, una determinación, para seguir el
camino, a través de la cual nuestro ser esencial nos llama.
Para poder servir a la expresión de esa fuerza que
necesita trascendernos, se nos exige un contacto perpetuo con nuestro ser
esencial.
Debemos morir a un nivel, morir en tanto que ego, para
resucitar en otro nivel.
Quiero abrirme.
Siento la necesidad de arriesgar mi posición bien establecida.
Siento la necesidad de silencio, de un silencio real, de
un vacío.
Y, al mismo tiempo, querría tomar, tener, para seguir
subsistiendo de mi manera habitual.
No me someto, no reconozco, no sirvo.
Quiero servirme.
Y necesito aceptar ese hecho, vivirlo, sufrirlo, más que buscar algún
recurso.
Ese recurso hoy en día sería una huida, una artimaña, una
manera de apartar lo inevitable.
Siento ese estar cerrado, mi indiferencia.
Siento esa realidad que me llama pero en la que no confío, en la
que no tengo fe.
Quiero que ella se me entregue.
Tengo miedo, miedo de desaparecer.
Para ir más allá de esa fragmentación, de esa separación
de mí ser esencial, la energía en su totalidad necesita fusionarse.
Necesita estar completamente liberada.
¿Veo la necesidad de esto? ¿Lo acepto? ¿Lo quiero?
Para ello, una tranquilidad absoluta necesita hacerse en
mí, en todas mis partes.
No para lograr, ni para recibir y apropiarme de algo
maravilloso. Al contrario, veo mi nulidad, mi apego, mi temor de perder el
significado que me atribuyo.
En vez de querer siempre tener la razón, veo mis
contradicciones.
Veo que estoy bajo la hipnosis de la imaginación.
Veo todo tomado en conjunto: el ego y el verdadero yo.
Al ver, me libero.
Por un momento ya no soy el mismo.
Mi atención liberada, mi conciencia, conoce entonces lo que soy
esencialmente.
Es la muerte del yo ordinario.
El recuerdo de si quiere decir morir a si
mismo, a mi mentira, a mi imaginación.
Es adquirir el gusto de la comprensión por lo que falta,
la conciencia de la falta de comprensión.
En el recuerdo hay un soltarse del ego que permite entrar
en
una conciencia nueva.
Veo el yo ordinario como una proyección del yo, un
fantasma.
La manifestación no es algo separado, sino una proyección de
algo esencial.
Al volver a la fuente, tomo conciencia de lo que se
eleva para no volver a caer, de lo que no nace, de lo que no muere, de lo que
es el eterno Sí Mismo.
jeanne de salzmann
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